lunes, 25 de diciembre de 2017

Por un federalismo robusto: la hora de avanzar en cinco dilemas (por Francesc Trillas)

Francesc Trillas analiza los cinco dilemas del federalismo planteados por Pablo Simón en Politikon. ¿Federalismo simétrico o asimétrico? ¿Federalismos a los que se llega a partir de realidades soberanas o introduciendo reformas para seguir juntos? Aquí las respuestas



En un artículo del politólogo Pablo Simón que fue escrito en 2014 y que ha vuelto a circular recientemente (lo que prueba su vigencia), se planteaban cinco dilemas que el federalismo en España debía resolver: “Si de verdad existen federalistas sinceros en España deberían ser capaces de manejar estos conceptos y mojarse en cada uno de los dilemas que plantean”. Como no sólo creo que de verdad existen federalistas en España (y en todo el mundo) sino que me considero uno de ellos, acepto el reto de Simón. Voy a intentar “manejar” los conceptos que plantea y “mojarme”, en el bien entendido que entrar en contacto con el líquido elemento no tiene que implicar necesariamente, aunque a veces sí, elegir entre conceptos que están en tensión (entre los que existe un “trade-off”), sino en ocasiones mejorar los términos del dilema, es decir, encontrar mecanismos para aliviar la tensión.

Dos libros (“Economía de una España Federal” y “Qué es el federalismo”) y mi respuesta a las diez preguntas más frecuentessobre el federalismo contenían ya algunas claves para estos dilemas, pero voy a intentar condensar los argumentos en el formato sugerido por Pablo Simón,

1. El origen de la palabra sugiere que viniendo federalismo de foedus (pacto), un sistema federal resulta de poner de acuerdo a un gobierno central y unas partes federadas. En realidad, en el federalismo europeo (y en el futuro y en parte en el presente, en un federalismo global) habría que ir más allá de dos niveles y hablar de la aceptación natural de la democracia multi-nivel, acomodando realidades distintas (una Francia más centralizada –aunque menos que en el pasado-, una Alemania con unos länder importantes, una Italia donde pesan más las ciudades que las regiones, unos continentes cada vez más integrados). Existen efectivamente federalismos a los que se llega a partir de realidades soberanas (coming together) y otros a los que se llega introduciendo reformas para seguir juntos (holding together). Estar en uno u otro creo que no se elige, sino que depende de la trayectoria histórica. España camina hacia una federación holding together y Europa hacia una federación coming together. La idea del demos como sujeto de soberanía creo que es una idea pre-federal: en el federalismo del siglo XXI creo que deberíamos relativizar el concepto de soberanía y simplemente reconocer que hay grados distintos (y en general decrecientes, como comprueban los británicos) de facilidad de separación. El federalismo debe contribuir a un marco institucional estable (como ocurre en la mayoría de federaciones) compatible con el asentimiento y la aceptación del marco legal por una gran mayoría y con el respeto de los derechos de las minorías.

2. El modelo cooperativo frente al modelo dual es el segundo dilema que sugiere Pablo Simón. Los sistemas federales se distinguen entre otros aspectos entre aquellos que tienen competencias concurrentes y otros donde existe una división más clara (dual) en la tarea de cada nivel de gobierno. Este es uno de los dilemas donde optar es imposible. Tiene que haber aspectos donde se coopere más y aspectos en los que la división de tareas sea más clara. En España se ha hablado de la necesidad de clarificar qué competencias corresponden al Estado central y dejar las demás como residuo, por defecto, para las Comunidades Autónomas. Seguramente hay muchos terrenos donde ello es posible. Pero Europa también nos muestra (por ejemplo, en la política de defensa de la competencia o la regulación de redes) que el federalismo cooperativo es necesario en áreas que requieren inputs de los distintos niveles de gobierno. Debería ser posible mejorar la claridad competencial y al mismo tiempo la calidad de la cooperación.

3. La elección entre un federalismo simétrico y uno asimétrico a menudo se presenta como algo dicotómico y además como algo en lo que algunos parecen jugarse su orgullo. En realidad, el grado de asimetría lo marca mucho la realidad, la existencia de rasgos objetivos (la geografía, las lenguas) o tradiciones legales. No debería ser tabú discutir los elementos de asimetría que existen actualmente en España ni tampoco discutir también la posibilidad de algunos elementos adicionales de asimetría que no comprometan la igualdad de derechos de los ciudadanos. El derecho a la diferencia debería ser posible sin diferencia de derechos. Todas las federaciones contienen asimetrías, especialmente la europea, pero en muchos terrenos está justificado, precisamente en aras de la igualdad, garantizar por lo menos unos “suelos” simétricos, por ejemplo en los impuestos. Nos entenderemos mejor si hablamos de federalismo flexible que si hablamos de federalismo asimétrico.

4. Autogobierno y gobierno compartido son dos rasgos que se destacan en la mayoría de definiciones de federalismo. De nuevo hay poco de antagónico entre ambos. Claramente, en España hay más autogobierno que gobierno compartido. Aquí hay mucho terreno por construir, desde la reforma del Senado hasta la cooperación entre comunidades con rasgos o problemas comunes, pasando por un mejor funcionamiento de las conferencias de presidentes. En general, sería enormemente deseable y contribuiría a la estabilidad institucional en España que las decisiones territoriales se tomaran en foros institucionales transparentes en lugar de en acuerdos partidarios cuando un partido necesita completar una mayoría.

5. El federalismo fiscal se construye haciendo compatible la corresponsabilización fiscal con la solidaridad interterritorial. El reto en España es doble: reducir la discriminación existente entre régimen foral y régimen común, y proporcionar mayor claridad y transparencia al régimen común. Más responsabilidad fiscal de las comunidades no debe ir reñida con más coordinación fiscal (suelos), y más fiscalidad europea. En los últimos meses y años varios grupos de expertos han avanzado en niveles de consenso más elevados que lo que ellos mismos admiten. Hoy es posible avanzar hacia una Hacienda federal en España, con mecanismos de recaudación cooperativos que tengan como objetivo común luchar contra el fraude y la elusión, con una financiación suficiente, y es posible avanzar hacia un presupuesto europeo digno de este nombre basado en formas de fiscalidad europeas. Sin una Hacienda federal en España y Europa es imposible sostener y mejorar el Estado del bienestar

En definitiva, la guía de Simón sigue siendo muy oportuna. Este texto no pretende ser un programa de solución definitiva de dichos dilemas, sino simplemente apuntar posibles direcciones en las que habría que trabajar mucho en los próximos meses y años en España y Europa. Sería en teoría imaginable un federalismo entendido como la preservación de privilegios. Pero no sería a la larga consentido por la mayoría de la ciudadanía, ni en España ni en Europa, ni respondería a unos valores éticos aceptables. Al mismo tiempo, el federalismo reconoce unas realidades pre-existentes (unas identidades, unos territorios), pero en lugar de enfrentarse al nacionalismo que generan, lo supera de alguna forma. Sin duda, eso genera tensión, pero es una tensión que es imprescindible saber gobernar con el máximo sentido de la tolerancia en unos tiempos sometidos a grandes convulsiones. 

Los grandes problemas de nuestra sociedad sólo se superarán aceptando que el viejo Estado-nación (con una lengua, una moneda, una bandera, un ejército y un himno) ha muerto. Debemos impulsar nuevos marcos mentales y nuevos modelos de organización y convivencia. Pero hacerlo con fiabilidad, ofreciendo seguridad a la ciudadanía. No se trata de ofrecer más descentralización, sino mejor gobierno. El federalismo no es una broma, y llegó para quedarse.

sábado, 16 de diciembre de 2017

¿Qué nos ha pasado? (por Josep Mª Asensio)

 Que la idea de ciudadano se supedite a la de nación, supone un apreciable riesgo para la democracia y la ética ya que una entidad superior en valor al sujeto, puede justificar acciones que de otro modo se considerarían reprobables



       Cuando uno se pregunta por lo sucedido en Cataluña resulta aleccionador considerar lo que escribía T. Todorov, hace unos diez años, en relación a las identidades de los individuos en la Unión Europea: “Un habitante de Barcelona puede enorgullecerse de formar parte simultáneamente de la cultura catalana, de la nación española y de los valores europeos. Esta separación no plantea en sí el menor problema, ya que hemos visto que el ser humano se acomoda fácilmente a múltiples pertenencias, en cualquier caso inevitable”[1]. Pues bien, a mi modo de ver, el intento del nacionalismo de revertir esta situación a otra monoidentitaria (concepción predominante en siglos anteriores), ha sido la principal causa del estrés que ha padecido buena parte de la sociedad catalana y que se ha visto reflejado de manera muy evidente en las relaciones sociofamiliares.

        Entre los principales factores que han contribuido a esta situación de estrés se encontrarían, a mi juicio,  los siguientes: la intensificación de la incertidumbre respecto al inmediato futuro; la contaminación de los espacios (banderas, himnos patrióticos, manifestaciones, celebraciones, etc.) y del lenguaje (¿qué esconden expresiones como “derecho a decidir”, “soberanía”, “DUI”, etc.,?); la constante presencia en los medios del problema catalán; la evidencia de engaños e intentos de manipulación por parte de muchos representantes políticos y sociales; el peso psicológico que representa sentirse en minoría en ciertos entornos sociales (lugar de trabajo, grupos de amigos, etc.) y el elevado control emocional que se requiere para evitar que las discrepancias familiares en un asunto de esta naturaleza, no se traduzcan en rupturas afectivas. Todos estos elementos transmiten una notoria sensación de conflicto, inseguridad y  temor que afectan al equilibrio psicológico de las personas, la convivencia y la idea de comunidad.
La mentalidad nacionalista a gran escala no se forma de cero, pero tampoco es la consecuencia de una espontánea respuesta colectiva ante la percepción de ciertos agravios
        La mentalidad nacionalista a gran escala no se forma de cero, pero tampoco es la consecuencia de una espontánea respuesta colectiva ante la percepción de ciertos agravios (el corredor mediterráneo, las autopistas de pago, el Estatut modificado por el Tribunal Constitucional, etc.,) así considerados por la ciudadanía de un territorio. Estas posibles afrentas influyen negativamente en la concordia, por supuesto. Pero, para que se produzcan unos efectos separadores como los vividos en Cataluña, ciertos “dedos señalizadores con poder” han de haber hecho previamente su trabajo. El de intentar orientar la mirada de la ciudadanía en una determinada dirección, intensificar los  sentimientos de pertenencia y superioridad por un lado (el “nuestro”) y de distanciamiento y desafección hacia el otro. El medio para conseguirlo no es otro, en cualquier nacionalismo, que una acción concertada y propagandística que magnifica las “diferencias” que separan a personas y territorios de uno y otro bando, intenta transformar éstas en “incompatibilidades” para, finalmente, concluir que lo que procede es independizarse de esos “otros”, causantes de buena parte de “nuestros” males y responsables de que  la considerada “nación propia”, no reconocida, ejerza el derecho que la asiste de liberarse y alcanzar su plenitud.

        Para que este proceso pueda desarrollarse es preciso, lógicamente, que los “dedos señalizadores” puedan desempeñar su influencia a través de las instituciones, las organizaciones sociales, los medios de comunicación y la educación. No es necesario que esa influencia se haga muy evidente o de manera doctrinaria. Es suficiente situar a “los nuestros” en los puestos claves de esas organizaciones, ignorar a los “otros” (a España en TV3  se la conoce por “Estado”), establecer en múltiples ámbitos (cultura, deporte, etc.,) ciertas comparaciones tendenciosas, la selección de unas u otras noticias, la infravaloración de “los otros” o destacar las virtudes de “los nuestros” por poco relevantes que sean.

        Con tiempo, y el nacionalismo en Catalunya lo ha tenido por obra y gracia de la apatía del estado y ciertos intereses partidarios, todos esos matices acaban “calando”, inconscientemente o no, en la mente de muchos ciudadanos que sienten la inquietud que les genera convivir en una atmosfera de enfrentamiento civil no declarado, pero sí perceptible. En términos de “psicopolítica” se ha de tener en cuenta, además, la probada tendencia de las personas a seguir acríticamente a sus líderes, a sentirse bien en grupos muy cohesionados y a valorar las propuestas que conlleven una cierta mística (un “nuevo” relato, la construcción de un “nuevo” país, etc.,).

        Esta deriva propicia, por otra parte, que la idea de ciudadano se supedite a la de nación, lo que supone un apreciable riesgo para la democracia y la ética ya que una entidad superior en valor al sujeto, puede justificar acciones que de otro modo se considerarían reprobables (pensemos, por ejemplo, en las antidemocráticas últimas sesiones del govern de Cataluña, en la ostensible corrupción/malversación reconocida  y en los múltiples engaños que se hizo a la población). Igualmente, se desdibuja el papel que en democracia juegan las distintas ideologías políticas (pueden gobernar conjuntamente partidos de pensamiento político muy dispar si lo requiere “la causa”), mientras que emerge la  tendencia a confundir “el pueblo” con la parte del mismo que se muestra afín a las concepciones nacionalistas. La política derivada de éstas  crea así un grave problema de convivencia que, paradójicamente, luego se propone resolver por la vía política en forma de un diálogo imposible. Y lo es porque una de las partes, El Estado, pierde siempre, ya sea cediendo su soberanía o permitiendo referendums que la pongan sucesivamente en cuestión.

        Reconducir esta situación en Cataluña no va a ser una tarea fácil. Solicitará no pocos esfuerzos para lograr una mutua comprensión, la vuelta a la democracia constitucional, transformar las fuerzas separadoras en cohesivas y generar  mentalidades que valoren la convivencia cívica por encima de cualquier otra pretensión transformadora de la sociedad. Pienso que quizás la idea de un federalismo con alta sensibilidad social, propenso a contemplar la diversidad como una riqueza para el conjunto y leal a las instituciones, pueda ser una vía de solución a medio o largo plazo.


Resumen de la intervención  Federalistes d’Esquerra en Sant Cugat el 1 de diciembre de 2017




[1] Todorov, T. (2008) El miedo a los bárbaros, Círculo de Lectores, Barcelona, p.117.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Identidades Rivalizadas (por Gaby Poblet)

La gran contradicción que arrastra el modelo de estado-nación es que la identidad nacional sirve para velar una realidad: la desigualdad y la brecha social dentro de la misma comunidad política




        Los balcones de Catalunya se han convertido en el escenario de una guerra de banderas. Las estelades blaves dueñas de una anhelada libertad y las roji-gualdas representando el amor a la tierra de Cervantes se miran con recelo. En ningún balcón conviven las dos banderas. Son banderas rivales y representan identidades nacionales rivales. Y aunque estén en una misma finca, entre ellas hay una frontera. No es un fenómeno nuevo, ni tampoco exclusivo de Catalunya y España.

        Las identidades nacionales, habitualmente representadas con banderas, fueron premisas fundamentales para forjar la creación de los estados-nación en el mundo burgués del siglo XIX, un mundo dividido pero a la vez interdependiente. En su ya clásico libro Comunidades Imaginadas, Benedict Anderson definió a la nación como una “comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”. Explica este autor que la nación se concibe como comunidad porque a pesar de la desigualdad y la explotación, existe un compañerismo profundo y horizontal, y existe una conciencia nacional de quiénes forman parte de esa nación, aunque nunca se llegue a conocer a todos los miembros.

        En el Siglo XIX, circunscribir a esta “comunidad imaginada”, no resultó nada fácil. Para definir y cohesionar a la colectividad de ciudadanos pertenecientes a un estado-nación, se bregó especialmente sobre la identidad nacional basada en la idea de Volksgeist (espíritu del pueblo), un concepto definido por el filósofo Heider y difundido por el romanticismo alemán. La idea de Volkgeist asume la existencia de naciones independientes, cada cual con una identidad nacional diferenciada como una fuerza propia y natural de un pueblo, que se manifiesta a través de elementos considerados inmutables, como la lengua, la historia, la poesía o determinadas costumbres y tradiciones, muchas revalorizadas de la épica medieval.

        Pero el romanticismo alemán, la construcción de la conciencia nacional y la propia idea de estado-nación han hecho olvidar que en realidad la identidad nacional es un concepto meramente relacional. Toda identidad nacional requiere de Otra identidad para poder destacar su diferencia. Las identidades nacionales se fueron construyendo a partir de rivalidades políticas existentes que luego fueron delimitando la pertenencia a un estado-nación. En un principio, ni siquiera la lengua era excluyente para pertenecer a una comunidad política. Tal como explicó el antropólogo Frederik Barth, fueron, paradójicamente, las situaciones de contacto las que diferenciaron y marcaron las identidades nacionales como “propias”.

        La gran contradicción que arrastra el modelo de estado-nación es que la identidad nacional sirve para velar una realidad: la desigualdad y la brecha social dentro de la misma comunidad política. La identidad nacional – siempre de una forma rivalizada entre naciones - es lo que permitió generar vínculos horizontales y reforzar la idea de fraternidad entre ciudadanos de una misma nación. Es lo que legitimó también, morir en guerras e incluso matar por la pertenencia y el amor a esa nación. Y aunque no se llegue a matar o morir por ello, hoy en día aún resulta muy difícil que una lucha enmarcada en cuestiones territoriales y nacionales, no derive en debates identitarios también de forma rivalizada, que acaban dividiendo a la clase trabajadora, tal como ocurre en Catalunya y en muchos países europeos.

        ¿Qué está pasando ahora en Europa?
        La comunidad nacional también se convirtió en garante de la seguridad y la protección dentro de esa comunidad, en tanto otorga los derechos de ciudadanía por pertenecer a ella. Cuando hay una crisis económica profunda y escasean el trabajo y los recursos, la comunidad nacional se hace más pequeña. En vez de revisar los vínculos verticales causantes de estas crisis, se revisan los vínculos horizontales y enseguida aparecen chivos expiatorios, que son aquellos cuya identidad es la más diferenciada, y por lo tanto, la más fácil de rivalizar: extranjeros, grupos de otra religión o cultura, o comunidades vecinas. La idea del Volkgeist vuelve a resurgir y se produce un repliegue dentro de la comunidad para proteger los derechos de los miembros que se consideran “auténticos”. Es lo que se denomina repliegue nacionalista, que apela a “recuperar” la esencia cultural y los privilegios sociales de esa comunidad (que pudieron haber sido reales o bien que se transmitieron como forma de mito).

         El exponente más significativo es la ultra derecha europea con lemas como “Au nom du peuple” de Lepen, o el “America First” de Trump. El miedo a la globalización también contribuye a un repliegue nacional e identitario. El mundo está más comunicado y las amenazas están más cerca. Surge la sensación de que en una comunidad más pequeña estamos mejor protegidos y de que a su vez esta comunidad más pequeña será más fácil de proteger. Es como cuando hay una tormenta y sentimos que lo mejor es estar en casa con nuestra familia al calor de una chimenea. El problema aparece cuando necesitamos salir a la intemperie para buscar recursos y no tenemos paraguas.

        La realidad es que el Volkgeist y esa comunidad imaginada que aparentemente nos protege, son un mito. Tal vez fueron útiles en su momento como refugio, pero ahora ya no son un refugio, ni mucho menos una solución. La globalización ha dejado obsoleta aquella creencia de que la soberanía radica en la nación, y el estado por sí sólo como instrumento apenas alcanza para garantizar los derechos de ciudadanía. Las soluciones a las crisis deben pasar por tejer alianzas más allá de esas fronteras imaginadas, que promuevan integración, fraternidad y cooperación.

        En estas nuevas alianzas y marcos cooperativos, las identidades nacionales no deben ser excluyentes ni rivales. El federalismo tiene la responsabilidad de desnaturalizar las rivalidades entre identidades nacionales, y validar la identidad nacional como una premisa relacional y múltiple. Esto no se trata de romper ni fraccionar las identidades nacionales, ni mucho menos de negarlas o invisibilizarlas. Tampoco se trata de fusionarlas, ni diluirlas en banderas blancas o de varios colores. Se trata de eliminar rivalidades denunciando la instrumentalización de las identidades nacionales por parte de las élites económicas y políticas, para volver a situar el conflicto en su eje vertical, y no de forma horizontal. Eliminar y desmitificar estas rivalidades es el primer paso para lograr redefinir el sentido de pertenencia a una comunidad política que proteja y otorgue derechos.
El federalismo debe legitimar la convivencia de diferentes identidades nacionales en un espacio más amplio, democrático y plural, y reafirmarse sobre la existencia de múltiples pertenencias. Debe encontrar elementos aglutinadores para generar nuevos vínculos emocionales horizontales que permitan ampliar las fronteras de la “comunidad imaginada”
        El federalismo debe legitimar la convivencia de diferentes identidades nacionales en un espacio más amplio, democrático y plural, y reafirmarse sobre la existencia de múltiples pertenencias. Debe encontrar elementos aglutinadores para generar nuevos vínculos emocionales horizontales que permitan ampliar las fronteras de la “comunidad imaginada”. Es a través de estos nuevos vínculos y de las múltiples pertenencias que el federalismo podrá abrirse camino y consolidarse como una forma de organización cooperativa y solidaria, erradicando definitivamente las viejas y míticas “guerras de banderas”.


        Nota de la autora: Al igual que Amin Maalouf cuando acaba su libro Identidades Asesinas, deseo que dentro de unos años cuando mis hijos o nietos encuentren este artículo perdido en el ciberespacio, me digan: ¿En serio era necesario explicar esta tontería?

sábado, 11 de noviembre de 2017

Adiós a Carles Pastor (por Francesc Arroyo, Beatriz Silva y Siscu Baiges)

Fue un historiador de su propio presente y fue capaz de verlo en amplia perspectiva. Un periodista riguroso pero, sobre todo, un gran amigo y una persona honesta. Federalistes d'Esquerres no habría sido posible sin él o al menos no habría sido lo mismo




Hoy hemos despedido a Carles Pastor, uno de los fundadores de Federalistes d’Esquerres, un periodista riguroso y profesional que sirvió de maestro a varias generaciones pero que era, sobre todo, un gran amigo y una persona honesta.
Carles Pastor empezó los estudios de periodismo en la Escuela Oficial de Barcelona en el año 1969, el mismo año en el que empezó a estudiar Historia en la Universidad de Barcelona. Fue en los dos casos un alumno serio y brillante. También crítico con alguno de los profesores y el sistema de estudio. En aquellos años convulsos en los que la dictadura se resistía a darse por vencida, colaboró no poco a combatirla. En la facultad de Filosofía y Letras (donde se cursaba entonces la especialidad de Historia) formó parte del movimiento unitario llamado “Comités de Curso” que promovía la democratización de la vida universitaria. Apenas terminar las dos carreras empezó a trabajar en la sección de política de Mundo Diario, de donde pasó a El Periódico cuando se fundó esta nueva publicación. En él se jubilaría al llegar a la edad reglamentaria tras una estancia en El País. Nunca, sin embargo, dejó de escribir de política, actividad que él veía no como un patio de gallinero sino como la organización de la convivencia. Como informador riguroso que fue, quizás tuvo rivales, pero no enemigos.
Hay algunos historiadores que desdeñan el periodismo por su falta de rigor. Carles Pastor, con su actividad a lo largo de los años, muestra lo infundado de ese desdén. Cuando se quiera escribir la historia de los últimos 40 años, sus crónicas serán una fuente excelente. Inevitable. Porque Carlos fue un historiador de su propio presente y fue capaz de verlo en amplia perspectiva, sin dejar nunca de lado la actividad de ciudadano que le impelía a mejorar la sociedad en la que le tocó vivir.
En 2012 formó parte del pequeño grupo que impulsó el manifiesto ‘Llamamiento a la Cataluña federalista y de izquierdas’ que dio origen en 2013 a Federalistes d’Esquerres. Desde el primer día, se puso al frente de un pequeño grupo de periodistas a los que organizó por turnos para poder sacar adelante la comunicación de una asociación que casi no contaba con medios materiales pero sí con un grupo de profesionales dispuesto a dedicarle cada noche algo de su tiempo. Cuando se presentó el manifiesto fundacional, en octubre de 2012, decidió que era suficientemente importante para no enviarlo por correo electrónico y asumió el trabajo de entregarlo personalmente, impreso, en cada una de las redacciones.
Carlos era mucho más que un gran periodista: era un excelente compañero, una persona generosa que hasta el último momento luchó por valores escasos en estos tiempos como la convivencia y el entendimiento. Creía firmemente en una Cataluña diversa, integradora y tolerante. Este proyecto no habría sido posible sin él o al menos no habría sido lo mismo.
Esperamos que la tierra te sea leve, compañero. ¡Volveremos a vernos!

sábado, 4 de noviembre de 2017

Bandera viene de bando (por José Luis Atienza)

Debemos dejar de ser federalistas en la intimidad y dejar de practicar el federalismo como un vicio solitario, y darle la épica y la emoción de ser la única vía capaz de articular la diversidad cultural y nacional, porque ni el inmovilismo ni la insurrección son caminos que lleven a ningún sitio. Nuestra bandera debería ser blanca. Blanca como las sábanas que ondeaban en las azoteas de la infancia, porque el trapo blanco siempre ha sido el color maternal de la tregua, el alto el fuego, la enseña de la paz que sueñan los soldados en guerra



(Intervención de José Luis Atienza en el acto ‘Puente en la palabra’ organizado por Radio Rebelde Republicana el 3 de noviembre de 2017 en el auditorio de Calabria 66)

Bandera viene de bando y dividirse en bandos es la manera más rápida de encontrar razones para lanzarnos los unos contra los otros. El pueblo llano desfilaba dividido, a pie, bajo los trapos de colores de los nobles que iban a caballo. Sentir los colores era ser carne de cañón para morir por la bandera.
Este pasado mes de octubre ha comenzado con un mar de banderas esteladas y ha acabado con un mar de banderas rojigualdas con la presencia minoritaria de la vieja bandera que va de bandera de parte sino de bandera de síntesis precaria: la senyera. Hay quien ha estado en las dos manifestaciones, porque una parte de la gente no va donde sus ideas sino donde va Vicente. Y a Vicente le ha dado por llevarnos a cuestas de las emociones nacionales.
Nación viene de nacer en el mismo lugar, aunque uno nace donde puede y no donde quiere, por lo que la cosa no tiene mucho mérito, porque al igual que nacimos aquí podríamos haber nacido allí. Recuerdo una vieja canción del argentino Facundo Cabral que también cantaba la mexicana Chavela Vargas. "No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es el color de mi identidad." Ser feliz colectivamente es el color de la identidad del federalismo: organizarse para conseguir esta felicidad relativa de ser diferente y vivir en paz consigo mismo y con los demás. 
Nuestra bandera debería ser blanca. Blanca como las sábanas que ondeaban en las azoteas de la infancia, porque el trapo blanco siempre ha sido el color maternal de la tregua, el alto el fuego, la enseña de la paz que sueñan los soldados en guerra. Es una bandera que dice mucho más que el hablamos, que el dialogamos. Es la bandera del acordemos. El federalismo lleva el pacto puesto hasta en el nombre porque es la construcción política de la confianza (fides) a partir del pacto entre iguales (foedus).
Uno es de la bandera blanca del pacto, pero también de la bandera roja, que es la bandera de la gente de a pie, la bandera de quienes viven de su salario o de su pensión. Uno, que es un comunista desteñido por el cambio climático de la vida y de la historia, todavía cree en los valores de un himno revolucionario y federal. La internacional, un himno de cuando las manos con callos y sabañones eran nuestro capital, que decía cosas como “ningún deber sin derecho” y “ningún derecho sin deber”. La internacional era la vieja solidaridad obrera por encima de fronteras y naciones. La mayoría de los muertos caídos bajo las banderas de las últimas guerras mundiales eran trabajadores. Los muertos siempre los ponemos los mismos. 
El federalismo es la bandera blanca de los sistemas de gobierno, porque el blanco es la suma de colores del arco iris. El sistema federal es ponerse de acuerdo sobre la forma de vivir juntos, de gobernarnos juntos gentes con realidades diversas, y establecer los derechos y los deberes. El federalismo practica el acoso y derribo al concepto de soberanía, derivado de soberano, adjetivo apto para reyes, coñacs y gobierno verticales pero no para un gobierno horizontal, de competencias repartidas, en red, para este mundo que está conectado económicamente. Es incompatible izquierda y soberanismo, porque de lo que se come se cría e izquierda es compartir riqueza, gobierno, economía y derechos sociales. Sin embargo, alguna izquierda ha confundido soberanía y nacionalismo con lucha de clases, que ya es confundir, y a partir de ahí todo en ella fue naufragio.
El punto de apoyo del federalismo para mover el mundo es el deseo de estar juntos, y eso está en peligro. Por ello debemos de convertir la fraternidad con los pueblos de España en una militancia humilde con el aliento de los ideales republicanos que alimentan el federalismo, libertad, igualdad y fraternidad. Es el momento de la militancia federalista, debemos dejar de ser federalistas en la intimidad y dejar de practicar el federalismo como un vicio solitario, y darle la épica y la emoción de ser la única vía capaz de articular la diversidad cultural y nacional, porque ni el inmovilismo ni la insurrección son caminos que lleven a ningún sitio. No nos dejemos arrebatar las viejas palabras de las que el nacionalismo intenta apropiarse, legitimidad, libertad y democracia, para convertirlas en sinónimos de independencia. Nos toca recordar aquellos versos de Espriu.
Però hem viscut per salvar-vos els mots,
per retornar-vos el nom de cada cosa
Y eso depende de la política pero no puede ser una solución desde arriba sino que la tenemos que empujar desde abajo. Ahora más que nunca, cuando florecen las alambradas nos toca proponer. Nos toca recordar a Daniel Viglietti, a quien perdimos hace tres días, y ponernos a desalambrar.
A desalambrar, a desalambrar
que la tierra es nuestra,
tuya y de aquel,
de Pedro, María, de Juan y José.
Muchas gracias.


domingo, 29 de octubre de 2017

La independència era això? (per Francesc Trillas)

Avui tenim una Catalunya més dividida, més pobra, més desigual, més desprestigiada i amb menys autogovern. Felicitats, a Mas i Puigdemont i a tots aquells que els hi han fet el joc



Portem anys sentint a parlar del dia de la desconnexió, de la “plenitud nacional” o d’hipèrboles encara més grandioses com “el dia en què serem lliures”. Doncs bé, arribat el moment orgàstic, tot ha acabat amb una llufa.
Catalunya no sols no és independent, sinó que és més dependent que fa set anys, quan es va produir la sentència de l’Estatut i Artur Mas va arribar a la presidència de la Generalitat. El balanç dels governs Mas-Puigdemont és desolador. Avui tenim una Catalunya més dividida, més pobra, més desigual, més desprestigiada i amb menys autogovern. Felicitats, a Mas i Puigdemont i a tots aquells que els hi han fet el joc.
En un debat a la tele de Podemos el passat 11S la senyora Gabriela Serra de la CUP em va titllar de sarcàstic perquè li vaig dir que possiblement a la propera Diada els manifestants podrien tornar a reciclar les samarretes d’anys anterior on deia “ara és l’hora”. No va ser l’inici d’una gran amistat. Tot i que és cert que tinc una vena sarcàstica que maldo per controlar, en realitat no ho deia en aquest sentit, sinó que ho deia seriosament. Els estaven tornant a enganyar, com els fets del passat divendres han posat de manifest.
Del “tot està a punt” del Jutge Vidal hem passat a un ridícul espantós. Ni tan sols s’han atrevit a fer l’escena del balcó. El fracàs internacional del procés, per obra i gràcia de Raül Romeva, ha estat dels que fan època. Ja no serveix ficar-li la culpa als “botiflers” habituals, ni tan sols a Madrid. El gol ha estat en pròpia porteria, un auto-gol inútil i molt car. Crec que mentre els diputats independentistes aprovaven la creació d’una república a partir d’un parlament autonòmic amb 70 vots (secrets per eludir la justícia, malgrat enviar en les seves estratègies escrites a la ciutadania a desobeir la llei) sobre 135, molts menys dels que calen per reformar l’Estatut o aprovar una llei electoral, jo estava acabant de dinar tranquil·lament amb un amic meu. Ningú al restaurant es va alterar. Vam sortir al carrer i tot seguia com un divendres normal. Vaig anar a una biblioteca pública, després vaig acompanyar la meva filla a un centre de la sanitat pública a fer un tràmit. Tot normal i en funcionament. No se sentien clàcsons ni celebracions especials. El dia següent, dissabte, un dia normal, amb el govern català ja destituït, les botigues obertes, la ciutadania vivint lliurement i crec que una mica més relaxada. Haurem d’esperar que el Barça guanyi algun títol o potser Espanya, amb gol d’Iniesta o encara millor de Sergio Busquets, per sentir celebracions massives als carrers de Catalunya.
Els diputats i senadors d’ERC i el PdeCat a les Corts espanyoles diuen que pretenen seguir amb els seus càrrecs i cobrant els seus sous. Es veu que la independència no se la creuen ni ells. A hores d’ara no se sap si la seva estratègia és defensar la República que han proclamat amb la CUP puny en alt, o defensar l’autonomia catalana de la intervenció per part del govern espanyol. O defensen una república independent, o defensen l’autonomia, però les dues coses alhora no sembla massa coherent.
Van apareixent amb compta-gotes els independentistes que se senten enganyats. Alguns més se’n van sentir quan Puigdemont va estar a punt de convocar ell mateix les eleccions el dijous passat. No entenc francament que després del que ha passat des del divendres tinguin menys motius per sentir-se estafats i traïcionats. Junqueras sabia perfectament que la independència era inviable, però callava amb un oportunisme dels que fan època mentre defugia les seves responsabilitats com a conseller d’economia i no donava explicacions per l’estampida empresarial. També Artur Mas, i també tots els independentistes sensats que havien avisat les setmanes abans, sabien que la independència era inviable. Però en el Govern ja quedaven pocs adults, i potser el darrer, el Sr. Santi Vila, va plegar la nit del dijous al divendres. El segrest de les nostres institucions per part d’un grup ultra s’havia consumat. I els grups ultres no escolten. I tendeixen a enganyar la gent.
A tots els independentistes de bona fe que volen el millor per a Catalunya, que veuen la independència com un mitjà i no com un fi, cal allargar-los la mà. Molts dels seus objectius d’autogovern i defensa de la llengua i la cultura catalanes es poden aconseguir en una Espanya reformada que sigui part d’una Europa federal i unida. No es poden aconseguir els seus fins (com ja s’ha comprovat) amb aventures unilaterals que fan el joc als qui busquen la desintegració d’Europa. La part majoritària del nacionalisme basc així ho ha entès. És hora de recosir Catalunya. No serà fàcil, els ultres han fet molt de mal. Però és necessari.

domingo, 15 de octubre de 2017

Lluís Companys, un dels nostres (per Joan Botella)

Un partit català, combinant el mal gust i la ignorancia histórica, commemora cada any la seva execució amb una marxa nocturna amb torxes. Però això no canvia les coses: Lluís Companys era un republicà, un federalista espanyol i un home d’esquerres



Com en moltes altres coses, el nacionalisme separatista porta anys intentant apropiar-se de la figura de Lluís Companys. Com han fet amb l’exposició sobre la presó Model, o amb l’exposició sobre les lluites veïnals durant el franquisme, o amb els diversos col·loquis i conferències sobre temes històrics: allò que no és seu, s’amaga; i si no es pot amagar, s’intenta absorbir.
El pujolisme va intentar durant dècades amagar la figura del president Companys; i quan al final no van poder resistir la pressió, li van dedicar un monument petit i poc conegut al costat de l’Arc de Triomf de Barcelona.
Per què aquest odi a la figura de Companys? Un dels intel·lectuals del règim va intentar menystenir-lo citant un vers d’un òpera: “un bel morire / tutta una vita onora”. Com si l’execució de Companys l’hagués redimit d’una vida deshonorable…!
Lluís Companys era un advocat, que es va especialitzar a defensar sindicalistes de la CNT en els “anys de plom” del pistolerisme del Sindicat Lliure, i a defensar els drets dels rabassaires davant dels abusos dels propietaris latifundistes. Per això, el seu grup (en torn del diari “L’Opinió”) va ser un soci indispensable en la creació d’ERC: hi aportava la connexió amb el moviment obrer i amb la tradició del sindicalisme agrari, i l’herència histórica del federalisme republicà.
Elegit per uns pocs dies alcalde de Barcelona, Companys va exercir tots els càrrecs públics imaginables durant la segona República, fins a ser elegit president de la Generalitat a la mort de Francesc Macià. I al cap de pocs mesos es va produir l’esdeveniment cèlebre, i que cal entendre bé: el 6 d’Octubre de 1934. Companys no proclama la independència de Catalunya: proclama l’Estat Català dins la República Federal Espanyola. Després dels precedents d’ Itàlia, d’Alemanya i d’Àustria, l’entrada de la CEDA al govern de Madrid feia tèmer la imminència d’un cop feixista a Espanya. L’Aliança Obrera i el PSOE promouen un alçament contra el risc d’un govern feixista a Madrid, i la fracció separatista d’ERC intenta que la Generalitat aprofiti l’ocasió i es declari independent.
Companys, un republicà federalista i d’esquerres, un home lleial a la República, s’hi nega (com la CNT catalana, d’altra banda). Mentre ell i el seus són detinguts i empresonats, els dirigents d’Estat Català, encapçalats per Dencàs, fugen per les clavagueres de la Plaça Sant Jaume, arriben al port i embarquen, uns cap a Itàlia i altres cap a França.
El Front Popular i l’amnistia el restitueixen a la presidència, des d’on conduïrà el govern de Catalunya en les tràgiques condicions de la Guerra Civil, repetint una i altra vegada una mateixa frase: “defensar Madrid és defensar Catalunya”. I després, ja a l’exili, perseguit per la policia secreta espanyola, cau en mans de la Gestapo que el repatria a Espanya, on serà condemnat per un Consell de guerra i executat.
Un partit català, combinant el mal gust i la ignorancia histórica, commemora cada any la seva execució amb una marxa nocturna amb torxes. Però això no canvia les coses: Lluís Companys era un republicà, un federalista espanyol i un home d’esquerres. Lluís Companys era un dels nostres.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Ser federalista es como ser de alcohólicos anónimos (por José Luis Atienza)


Lo peor de ser federalista es que te vuelves invisible tengas el sexo y la edad que tengas. Te reúnes como si fueras de alcohólicos anónimos. Y lo dices en voz alta como quien confiesa un delito: "Me llamo José Luis Atienza y soy federalista". Basta de historias y de cuentos, basta de jugar a ser patriotas el minuto 17:14 en un campo de fútbol y olvidarnos del minuto 19:39 cuando compartimos la patria de la derrota y el exilio



(Intervención de José Luis Atienza en el acto de presentación del Manifiesto 21 de Septiembre 'Por la unidad y la solidaridad de la clase trabajadora’ celebrado en las Cocheras de Sants el 21 de septiembre de 2017)

No es todo tan malo. Gracias al ‘procés’. La única ventaja del ‘procés’ es que gracias a él nos volvemos a ver gente que hacía algún tiempo que no nos veíamos. Adolfo Bioy Casares decía que lo peor de hacerse viejo es volverse invisible para las mujeres. Y viceversa. Lo peor de ser federalista en un espacio de encuentro entre federalistas e independentistas es que te vuelves invisible tengas el sexo y la edad que tengas. Te reúnes como si fueras de alcohólicos anónimos. Y lo dices en voz alta como quien confiesa un delito: ”Me llamo José Luis Atienza y soy federalista”.

Nosaltres som els del no a tot l'1-O, a l'un, al guió ia la o. Nosaltres som els de l'esmena a totalitat perquè ens neguem a acceptar un referèndum sense democràcia que augmenta la divisió i ens allunya de la solució. Per molt que les banderes nacionals onegin als carrers i pengin dels balcons, tenim les banderes vermelles a mig pal. Perquè el que ens han arrabassat en aquests anys no són els drets nacionals, són els drets laborals, els drets salarials, de la dependència, la pujada de les pensions. Per als nostres homes i dones continua sent cert aquell vell cartell que aquest juny va fer quaranta anys: Mis manos, mi capital.

Como decía Gabriel Celaya, nosotros somos quien somos, basta de historias y de cuentos, basta de jugar a ser patriotas el minuto 17:14 en un campo de fútbol y olvidarnos del minuto 19:39 cuando compartimos la patria de la derrota y el exilio.
Venimos de un silencio, de uno que empezó con largas colas en la frontera en blanco y negro, colas como las de hoy, en color y ante otras fronteras, pero con las mismas caras de derrota y exilio que en aquel campo de refugiados de la playa de Argelès, que en aquella frontera que pasaron entre lágrimas y de la mano Carles Riba y Antonio Machado.

Aconseguir la Constitució del 78 va costar molts anys de presó, d'acomiadaments, de víctimes i herois anònims, de gent que no es pot defensar, perquè ja no és aquí ni enlloc. No va ser una Constitució de renúncies, va ser una Constitució de conquesta de drets. Tampoc va ser una imposició de l'Estat, va ser una Constitució d'acord. La Constitució la vam aprovar a Catalunya amb més ganes que a Espanya per un 90% dels vots. Amb legalitat i legitimitat democràtica, oberta a la reforma i millora.

Per què no s'ha triat el camí de la reforma constitucional? Perquè ignorar la Constitució els permet disfressar-se d'Estat a les seves televisions i a les seves ràdios, com ignorar el castellà a TV3 els hi permet la ficció d'imaginar una Catalunya que no existeix, una Catalunya monolingüe. El nacionalisme és com el paper, ho aguanta tot. Amb comunicació i propaganda converteix la naftalina predemocràtica en olor d'urnes i vots. L'independentisme és el nacionalisme en 3D, et poses les ulleres del procés i tens la independència a tocar.

Ni se plantean la reforma constitucional. Prefieren los atajos, saltarse las leyes es mucho más sencillo que cambiarlas, pero aboca a lo malo o lo peor, o a una pelea humillante entre instituciones o disputar la política con la gente en la calle. La gente como ariete porque para hacer tortillas hay que cascar huevos. Prefieren no enseñar las cartas al Parlamento y jugar al juego del mentiroso con la democracia, con la ilegalidad y con la gente.

Ho han aconseguit. Han provocat el xoc de trens. Aquesta és l'ocasió que esperaven uns i altres per fer història. El PP fent una demostració de força del govern de l'Estat i de pas treure-li la cartera a Ciutadans. ERC, ANC i Omnium fent una revolta suposadament democràtica al carrer i de pas treure’s de sobre el PDECAT.

Tot això, amb part de la nostra gent al carrer que no vol anar a l'1-O però que tampoc vol veure la Guàrdia Civil patrullant els carrers i dormint en un vaixell com un exèrcit d'ocupació estrangera. No obstant això, un cop allà hi ha dues alternatives. O anar-se'n o formar part com a figurants del cor de la independència i de l'aroma suau però persistent a coacció.

Reclamamos política porque la falta de política nos ha llevado ante algo que es más que un conflicto político, ante algo tan poco democrático como un conflicto de emociones. La emoción de la unidad de España contra la emoción de la secesión. El gobierno de los represores contra el gobierno de los mártires con coche oficial.  
A nosotros nos toca recurrir a Galileo, Y sin embargo, se mueve. Votar sin garantías democráticas no es un acto democrático, se manifiesten diez, cien mil o cuatro millones de personas, votar sin garantías democráticas una parte de la gente de Catalunya para tomar decisiones como si votase toda, es total y absolutamente antidemocrático.

Nosaltres som una petita punta de l'iceberg perquè som molts més dels que els uns i els altres volen i diuen. Ahir, Javier, un company del grup llegint un twitter del xat va dir: Maruja Torres está aguantando en la última trinchera, sola. Una pena, somos muchos y estamos todos solos.

Hem de deixar d'estar sols i poc acompanyats. Igual que el moviment obrer va ser protagonista de la llibertat, amnistia i estatut d'autonomia, ara s'ha de mobilitzar per ser la veu protagonista d'una solució que no parteixi per la meitat la gent del nostre país, ni divideixi els treballadors. Venim d'un silenci però ara ens toca a tots, també des del lloc de treball, parlar, sumar, multiplicar, pensar i proposar. Deixar-nos d’històries i plantejar-nos la reforma de la Constitució. Toca llançar idees a l'aire. Afrontar una consulta des de la sutura de les ferides. El conflicte entre Catalunya i Espanya és bilateral, i per tant la solució ha de tenir espais de bilateralitat, traient del calaix una eina oblidada, la Comissió Bilateral reconeguda a l'Estatut.

Volem un referèndum per a la majoria, des de la iniciativa democràtica. Un referèndum sobre una proposta constitucional i inclusiva per votar SÍ, que estem farts d'invents on ens toca votar NO i tornar pilotes des del fons de la pista. Un referèndum perquè Catalunya voti SÍ a una reforma de la Constitució. Una reforma limitada al Títol VIII on la nostra primera reclamació hauria de ser Volem l'Estatut. Volem l'Estatut íntegre, un Estatut que sigui reconegut en una disposició addicional de la Constitució, tal com el va votar la gent de Catalunya, perquè els drets anul·lats dels catalans quedin blindats per la pròpia Constitució espanyola.

Hi ha de fons, com n'hi ha en d‘altres col·lectius socials, un desig que sigui reconeguda la identitat de Catalunya com a fet diferencial. Identitat reconeguda entre línies per la Constitució en parlar de nacionalitats i regions. Simplement cal podar 6 lletres de la paraula nacionalitats i deixar-la en nacions. Espanya nació de nacions, Galícia, Euskadi, Catalunya.

Hace falta un gran consenso lingüístico y dosis de cariño efectivo que sustituya a la desconfianza ante el plurilingüismo. Hacer una Ley de la lengua para que nadie haga de las lenguas una bandera. E introducir el conocimiento básico sobre las otras lenguas del Estado en la enseñanza. Cada lengua, protegida, pero hacer del hermoso patrimonio de las lenguas un tesoro común, unas lenguas que no se hablan por joder, sino que vienen de muy lejos, vivas a través de los siglos.

Objectivar la solidaritat entre territoris i fer una reforma radical del Senat. Reduir-lo a més de la meitat i convertir-lo en una cambra territorial de les nacions i les regions per debatre entre les autonomies i perfeccionar el sistema autonòmic. I recollir la idea de Maragall i portar-lo a Barcelona.

Trabajar por la unidad y solidaridad de la clase trabajadora es decir NO al 1 de octubre, pero debemos de ser la gente del SÍ.
La gente de SÍ a l’Estatut que votamos en frente del NO de quienes lo intentan derogar, enfrente de quienes en su momento no lo votaron: ERC y la CUP.
La gente del SÍ al autogobierno, en tres años de tripartito, con el descuelgue de ERC, se aprobó el Estatut, más autogobierno a pesar del recorte del Tribunal Constitucional. En siete años de proceso, no sabemos este mes quien pagará las nóminas.
La gente del SÍ pedimos desde hace casi 40 años una nueva ley electoral más proporcional para que las mayorías en votos sean mayorías parlamentarias, y los del NO en 24 horas aprueban una ley de referéndum.

La gent del SÍ volem una Constitució per a la majoria, i ells aproven una llei constituent sense debat i per menys de la meitat de la gent.
Els del SÍ reclamem un referèndum legal com a solució per a la majoria, i els del NO fan una consulta il·legal per disparar un conflicte i proclamar una república independent amb el suport principal de TV3, pagada per tots nosaltres.
Els del SÍ portem la república al cor, basada en la llibertat, la igualtat i la fraternitat Ells no van haver d’anar aquell dia a classe perquè retallen la llibertat al Parlament, ens discriminen en els mitjans de comunicació, i han esquerdat greument la gran fita de la democràcia del nostre país. Catalunya, un sol poble fraternal.
Ens corre pressa unir-nos més del que estem, dir la nostra abans de l'1 d'octubre, perquè hi ha més alternatives que la frustració.

Mientras tanto, es aconsejable escuchar a Brassens cantado por Loquillo, porque esto es una locura.

Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño;
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe 
En el mundo no hay mayor pecado
Que no seguir al abanderado.



sábado, 9 de septiembre de 2017

¿Esta tierra es tu tierra? (por Ricardo Fernández Aguilà)


  • Lo que hasta no hace mucho era una gran plaza pública, un ágora donde convivían coincidencias y discrepancias, se ha convertido en una enrevesada acumulación de callejuelas por las que deambulamos en direcciones opuestas. Unos, sin símbolos externos, desorientados, consternados por la transformación de nuestra tierra, aunque  queriendo, muchos de nosotros, reformas intensas sin ruptura. Otros, acelerados, entusiastas, ondeando una nueva bandera. 
  • El pronombre “nosotros” asociado a “todos” es un hallazgo esencial de la nueva gramática por la independencia. Porque a los que no estamos por este proceso no se nos ha de nombrar





Una canción se hizo muy popular en los años 60 con este título pero sin interrogantes. La había escrito el cantante folk americano Woody Guthrie en 1940 y veinte años más tarde la popularizaron Pete Seeger y Peter, Paul and Mary, entre otros. Hasta Bruce Springsteen la interpretó en los ochenta. A mucha gente le encantaba que le cantaran en animado Sol mayor:

                           ¡¡This land is your land!!

         La letra de Esta tierra es tu tierra se basaba en una sucesión de lugares diversos de Estados Unidos por los que viajaba el protagonista, acabando cada estrofa con un verso definitivo:
                     “Esta tierra fue hecha para ti y para mí.”
         Caminara bajo el infinito cielo, junto al dorado valle, o se desplazara de California a Nueva York, siempre una voz le recordaba que aquella tierra había sido hecha “para ti y para mí”.
         Se adentrara en los bosques de secuoyas o arribara a un gran golfo,
pisara la arena del desierto o acariciara los campos de trigo, entre nubes de polvo o cuando la bruma se despejaba, siempre se le anunciaba que todo aquello era “para ti y para mí”.
         A mí me ocurre, y sé que no soy ni mucho menos el único, que en los últimos años, en Cataluña, donde nací, siempre trabajé y sigo viviendo, no me llega la voz amable de aquella canción. Bien al contrario, una sucesión de nuevas palabras y actuaciones me advierten que lo que siempre consideré tu tierra y mi tierra ya no es la misma.
         Esto me pasa, y sé que no sólo a mí, vuelvo a decirlo, porque, aunque piense que hay reformas políticas pendientes y necesarias, la pasión por la independencia no me ha alcanzado. Que es lo mismo que les sucede a algunos millones de catalanes más (¡cuánto cuesta recordar el dato!). Es por ello que cuando recorro mi tierra de cuna, trabajo y casa, o simplemente leo los periódicos o miro la TV, a menudo acabo la jornada con el interrogante del inicio: ¿Esta tierra es tu tierra?
         Sé que a algunos de mis familiares y amigos que cuelgan la estelada en sus balcones (con todo su derecho) y en sus corazones (lo mismo) no les gustarán mis conclusiones. Se lo intentaré explicar también a ellos.



Para empezar tomo prestada la idea de la canción: el viajero que emprende el camino con la vista y el oído bien dispuestos. En vez de hacerlo por tierras americanas, lo hice muchas veces por la mía, que también ha tenido sus narradores y sus poetas.
Emprendía en ocasiones la ruta desde Barcelona ( mi querida  “ciudad de los prodigios”, en el mundo literario de Eduardo Mendoza) hasta avistar Lleida, donde podía recordar los versos que, desde un lejano sanatorio, le dedicó uno de sus hijos más inspirados, Màrius Torres:

         Sé una ciutat, molt lluny d’aquí,dolça i secreta,
         on els anys d’alegria són breus com una nit;
         on el sol és feliç, el vent és un poeta,
         i la boira és fidel com el meu esperit.

Otros días iba cruzando Cataluña de norte a sur. Las suaves llanuras del Ampurdán conducen a la Costa Brava, si el viajero lo desea, y entre uno y otra a veces triunfa el verde de los viñedos, que tanto conmovió a Josep Maria de Sagarra:

 Vinyes verdes vora el mar,
 verdes a punta de dia,
 verd suau de cap al tard
 Feu-nos sempre companyia,
 vinyes verdes vora el mar!

Cuando llegaba a tierras de Tarragona, podía optar por la línea de su Costa Dorada, por ciudades de larga historia, por un delta abundante y primitivo o también por la ruta de los monasterios cistercienses. Una vez fue el de Santes Creus. Muchos años atrás había abierto su puerta principal Josep Pla y la esencia del lugar le había fascinado:
         El xoc és instantani: l’entrada en aquesta plaça equival a restar detingut, suspens en una pau profunda, deliciosa, d’una qualitat espiritual superior. Els sentits s’acostumen a poc a poc a la solitud…        
Estas estaciones de paso son solo algunas muestras de la “música” que a menudo me ha acompañado en esta tierra, tuya y mía. Mi país cordial de toda la vida. Pero las cosas ya no son como siempre.
         Voy de rotonda en rotonda. He de detenerme para ceder el paso. Me da tiempo a mirar. La estelada ondea en el centro de muchas de ellas. ¿Cuál es el mensaje?
         Llego a los pies de un castillo medieval. Alguien también hincó en sus almenas la bandera de la independencia. ¿Los nuevos propietarios?

         ¿Qué montaña es aquélla? No sé el nombre, pero ya no es lugar para mí. Ondea en su cima la misma bandera de las rotondas. Siglos y siglos de movimientos geológicos para llegar a esta conclusión: hay montañas por la independencia.
         Un islote frente a la playa, donde busco la calma del crepúsculo, ha sido visitado por los hiperactivos repartidores de estelades. El lugar ya es suyo, y de las gaviotas.
         Sigo la ruta y llego a un municipio en el que junto al cartel de entrada se ha clavado la nueva bandera. ¿Todo el pueblo está así representado?
         Otro día me dirijo al paseo marítimo de uno de mis pueblos favoritos: cada farola ha sido condecorada con la bandera independentista. La vista no alcanza a tantas. ¿Dónde me he metido?
         Siempre pensé que estos lugares eran de todos y para todos, pero ahora han sido conquistados por una parte de todos.
         Por si tengo dudas, los dos últimos presidentes de la Generalitat, institución de todos los catalanes por definición, solo tienen en la cabeza a una parte, la que iza su bandera por doquier: “El poble català”, decía el primero de ellos para referirse al proyecto de independencia de una parte. “Los catalanes queremos…”, nos imaginó otro día al colectivo entero con un pensamiento único. El actual presidente remata la jugada: “La buena gente catalana que quiere la independencia”. O “Lo tenemos mejor que nunca”. El pronombre “nosotros” asociado a “todos” es un hallazgo esencial de la nueva gramática por la independencia.
 Porque a los que no estamos por este proceso no se nos ha de nombrar. Ni nombre ni pronombre. ¿Tan difícil habría sido desde un principio reconocer que una parte del país, parece que cercano a una mitad, desea un futuro y la otra parte, otro distinto? Y que así de complicadas son las cosas de momento.
Cuando hubo que decidir sobre la convocatoria de las últimas elecciones autonómicas, llamadas plebiscitarias, el anterior presidente invitó a la sede de la Generalitat a tres entidades independentistas para ver cómo lo organizaban. Hablaron, se pusieron de acuerdo y fijaron la fecha en que todos teníamos que ir a votar. Acto seguido se hicieron juntos una foto. Las elecciones eran cosa de casi la mitad del país. “Nosotros”. “El poble català”. Los que han conquistado ya rotondas, castillos, montañas, islotes con gaviotas y paseos marítimos.
De la televisión pública catalana, sostenida económicamente por todos, poco nuevo hay que añadir. La estelada ondea de otra manera: palabras, imágenes, silencios, exclusiones... Hay que construir un relato, como se suele decir. ¿Y qué relato construye esta televisión? Pues de ninguna manera que existen pros y contras de la independencia. Ni quién está a favor de ella y quién a favor de otras opciones. No, el relato se basa en los pasos que hay que dar para conseguir la independencia y los obstáculos “inexplicables” que desde instituciones estatales se van poniendo. Otras opciones de futuro son rarezas de las que no hace falta hablar apenas.
Cambiar un país diariamente, sin tregua, con hechos consumados, para hacerlo a la medida de los deseos de una parte. Esta es la cuestión, aunque como consecuencia se pueda producir un extrañamiento, un agravio, una vivencia de injusticia, tal vez un exilio interior de otra parte, ciertamente más callada, demasiado callada, y sin mucha afición a las banderas.
Las leyes son otro ejemplo. Se elaboran secretamente leyes trascendentales: la que pretende organizar un referéndum unilateral y la que eliminaría la legalidad española para sustituirla por una catalana. Nada menor, desde luego. No se trata solo de que se oculte durante largo tiempo a la oposición el contenido literal y completo de dichas leyes y se pretenda aprobarlas en trámite de urgencia, lectura y votación inmediata, sin tiempo para debates, enmiendas o lo que fuera. Es que dichas leyes rompen con la Constitución y también con nuestro Estatuto de Cataluña, al proclamarse excepcionales y afirmar que “prevalecen jerárquicamente sobre todas aquellas normas que puedan entrar en conflicto”. Lo que decida, pues, una minoría simple del Parlament (68 diputados), que no llega a mayoría simple en votos, marcaría el incierto futuro de toda una comunidad de más de siete millones, que para aprobar un estatuto o una ley electoral, se exige dos tercios de la cámara (90 diputados). Por lo que llevo visto y oído, quienes desean la independencia dan el visto bueno a todo esto. Quienes no, nos llevamos las manos a la cabeza por esta pasión desatada que inventa leyes para construir un nuevo estado a la medida de los deseos de una opción política. ¿Esta tierra fue hecha para ti y para mí? Eso fue en otro tiempo.
Paso casi cada día por delante de una escuela pública en Barcelona en cuya entrada un cartel proclama: “Per un país de tots, català a l’escola”.
¿Qué querrá decir? ¿Reclama algo que no existe? Porque la inmersión lingüística en catalán, en funcionamiento desde hace décadas, está incluso avalada por el Tribunal Constitucional español. El catalán es la lengua vehicular en todas las escuelas, públicas y concertadas/privadas. ¿Y así ya tenemos el país de todos? Estuve en una escuela de infantil y primaria en una fiesta de Navidad. Desfilaron durante casi dos horas grupos de criaturas cantando villancicos. Todos en catalán o en inglés. Ni uno en castellano. ¿“Per un país de tots”?




         La expresión más reciente de que no importa expulsar a la mitad del país, o más, del futuro secesionista es que la mencionada ley del referéndum (unilateral) no marca un mínimo de participación para dar resultados válidos. Con que vayan a votar los del SÍ, ya sería más que suficiente. Pero seguro que se preferiría que los no independentistas hiciéramos un cierto acto de presencia para dar la imagen de que la convocatoria ha sido aceptada. Espero que no sea así. Es el referéndum de y para los defensores de la separación. Si hay urnas, serán sus urnas. Ir hasta ellas con una papeleta negativa sería como dar por buena la liquidación de una Cataluña integradora, tal como había sido hasta hace poco tiempo. Y si en estos últimos años se ha podido ignorar de la manera hasta aquí explicada la realidad humana de Cataluña en toda su diversidad, ¿qué podría ocurrir con todo el poder político y en plena euforia nacionalista?
Sin embargo, hay algo más en marcha desde hace años para convertir Cataluña en un lugar distinto al de las últimas décadas. Hablo de la construcción de una nueva identidad colectiva, exclusivamente catalana, que liquide progresivamente los lazos mentales y afectivos con España (que no es solo un concepto, pues está llena de gente) y, me temo, que intente convertir en residual, o extraña, o incluso mal vista en público, la relación fluida y cordial, e íntima en una gran parte de catalanes, con la lengua castellana, dejándola en un idioma más de uso en el ámbito privado y dos o tres horas a la semana en las escuelas. Y en este punto podría afirmar, con la mano sobre la Biblia, que si hubiera algún intento de hacer lo mismo con la lengua catalana, me alarmaría exactamente igual. De lengua materna castellana y educado en la escuela de postguerra, donde el catalán era el gran ausente, salvé para mí mismo la lengua catalana a base de convicción, estudio y afecto. Como tantos castellanohablantes. Un episodio colectivo decisivo en la consolidación de una tierra que realmente era “para ti y para mí”.
Resumo el enfoque de la cuestión hispánica del proyecto independentista: España ha perdido el nombre y además ha perdido la consideración de sociedad hermana, o tan propia como la catalana para muchos.
 Lo del nombre. Después de utilizarla como sujeto de dos “frases-semillas del mal” como “España nos roba” y “España contra Cataluña 1714-2014”, el nombre ha pasado a mejor vida. La cosa ha quedado en el frío y administrativo Estado español (“l’Estat”). ¿Quién lo decidió? ¿El núcleo duro, pensante y oculto del movimiento independentista? Nadie más en el resto del mundo le ha cambiado el nombre a España.
Y del vivir diario de los españoles, ¿qué sabemos en estos tiempos?  ¿Trabajan, inventan, reivindican, enferman, sanan, lloran de pena o de alegría? ¿Hacen algo interesante aparte de ser jueces y fiscales o jugar partidos de fútbol contra el Barça?  Lo curioso es que hablar de los españoles, o evitar hacerlo, es referirse también, según encuestas recientes y no solo porque lo ponga el DNI, a muchísimos catalanes. Publicaba La Vanguardia (2-7-2017) que tan solo un 18% se siente únicamente catalán. El resto, en mayor o menor medida, también se siente español, siendo la opción “tan catalán como español”, la mayoritaria (42%). En busca de esta nueva identidad solo catalana, hay muestras de despropósitos inimaginables. Dos ejemplos. Una tienda de ropa infantil de Barcelona (¿hay más?) expone y vende camisetas para bebés y baberos con la estelada y esta “declaración” del recién llegado: “Sóc independent”. Y otro ejemplo. Según un informe encargado por el ayuntamiento de una ciudad catalana de mucho peso, habría que enviar hasta a Antonio Machado a la papelera de la historia por anticatalán. ¡Dejemos en paz a nuestros niños y niñas y de mayorcitos llevémoslos un día a la tumba del poeta en Collioure!
Voy concluyendo este viaje por la tierra que creía hecha “para ti y para mí”, dándome cuenta de que a Cataluña le ha caído un laberinto encima. Lo que hasta no hace mucho era una gran plaza pública, un ágora
donde convivían coincidencias y discrepancias, se ha convertido en una enrevesada acumulación de callejuelas por las que deambulamos en direcciones opuestas buscando la salida. Unos, sin símbolos externos, desorientados, consternados por la transformación de nuestra tierra, aunque  queriendo, muchos de nosotros, reformas intensas sin ruptura, que también tendrían su referéndum, pero de las que ahora pocos quieren oír hablar. Otros, acelerados, entusiastas, ondeando una nueva bandera, llenos de fe en los planes de sus dirigentes, pero tan desconocedores de la salida como los otros. Desde fuera del laberinto, por el momento, apenas nos llegan pistas para resolver tanto extravío.
         ¿Esta tierra es tu tierra?, preguntaba al comenzar, y con lo hasta aquí escrito ya he contestado y dejado claro que la transformación de mi tierra es, ahora mismo, una mala noticia. Como cualquier sociedad que día a día se construye y se vertebra e intenta progresar, hemos ido a peor. Respiramos una nueva amargura. La que está hecha de críticas y descalificaciones constantes (en la red, incluso insultantes), de ningún momento de entendimiento general, de un horizonte próximo muy preocupante (otoño 2017) y de unos equilibrios muy frecuentes entre familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos para no tocar el tema y tener la fiesta en paz, que han dejado muy dañadas la comunicación, la espontaneidad o la sencilla alegría que antes pudiéramos compartir, más allá de las diferentes opciones políticas. Hay incluso quien vive diariamente en voz baja donde antes se sentía en su casa de siempre.
         Pero esta es una visión de parte, hay que admitirlo. Quienes dan por buenas las maniobras para empujar hacia la independencia, o bien no perciben este empeoramiento de la vida colectiva, o bien no le dan tanta importancia, pues hay una causa mayor, la República Catalana, que, parece ser, lo justificaría todo. Su punto de mira crítico es sólo España y no los problemas que se están generando en Cataluña.
         Los días que se nos vienen encima a los catalanes (en menor medida, pero también, al resto de España) creo que son inquietantes. El empeño en romper una relación tan profunda y antigua y generar un estado independiente, liquidando las leyes que haga falta, es un proyecto traumático, que a una parte de la sociedad catalana, a día de hoy, le parece el inicio de un futuro espléndido y a otra parte, un mañana en la oscuridad.
         Ahora bien, si tanto nos preocupa a muchos, ¿no se nos podría reprochar que no hayamos articulado un movimiento fuerte de oposición al independentismo? La crítica pienso que habría que admitirla, aunque solo hasta cierto punto. Es verdad que no hay un conglomerado estable y sólido de fuerzas políticas y sociales con sus eslóganes, sus símbolos y sus líderes creando doctrina y ganando adeptos. Pero también son ciertas dos cosas. Una, que sí han brotado grupos de opinión nuevos, proyectos políticos incipientes y se ha gastado mucha tinta en artículos y libros analizando la situación desde puntos de vista contrarios a la secesión. A lo que ciertamente no se ha llegado es a crear amplias movilizaciones sociales. Es verdad. Pero, y este es el segundo punto, sucede que bajo el simple NO a la independencia acampan ciudadanos con muchas diferencias. Desde las izquierdas varias hasta la derecha, y no solo la derecha parlamentaria. Desde mucha gente que coincide con algunos argumentos de los independentistas (la debacle del Estatuto, la necesidad de revisar la financiación, el asunto de las infraestructuras, una votación sobre la relación de Cataluña con el resto de España…) hasta sectores que no tocarían la autonomía actual ni un punto. Desde quienes son muy críticos con la pasividad del presidente Mariano Rajoy hasta quienes esperan de él la máxima firmeza ante el reto del referéndum unilateral. Esta es gran parte de la debilidad de los que no queremos la separación. Pero es también la riqueza: poder mirar la realidad catalana con matices importantes y confiar, por tanto, en el diálogo y la negociación (esa pareja de ilustres palabras hoy en la cola del paro) para reformar la casa en que se intente que quepamos todos, y no solo la mitad de todos.
         Y esta es en mi opinión la gran debilidad del procés. Para tener a la gente con la moral alta, la autocrítica en el independentismo prácticamente no existe. El mal es el Estado español. A todas horas. El bien, el proceso de separación. Se puede, y se debe, confiar intensamente en él. Que dimiten en plena preparación del referéndum unilateral consellers del Govern de la Generalitat, pues no pasa nada. Se pone a otros. Sin explicaciones. Que dimite el superior de los mossos d’esquadra, tampoco pasa nada. Sin explicaciones se pone a otro que, por cierto, escribió que “los españoles le daban pena”. (¿Hay algún alto cargo político en algún país de nuestro entorno que emita opiniones tan a bulto sobre la totalidad de la gente de otro país? Aquí, en cambio, se le confía la misión de velar por la ley y el orden.) Pero en ninguna de estas dimisiones desde las filas del independentismo se les pide que expliquen con detalle qué les está pasando por la cabeza.
 Más asuntos. Que no hay estado en el mundo que apoye este proceso, no pasa nada. No se habla de la cuestión y como si no ocurriera. Que los máximos dirigentes de la Unión Europea reafirman que Cataluña causaría baja por un tiempo indefinido en caso de independencia, no pasa nada. Seguro que a la hora de la verdad cambian de opinión, se llega a decir. Y mejor no hablar mucho del asunto. Que la ONU tampoco apoya, pues no se habla de la ONU. Que una separación unilateral haría saltar por los aires la financiación del Estado, no pasa nada. No es momento para hablar de cosas así.
         Uno de los rasgos de esta mi tierra, que si ha llegado a algunos logros, conviene apuntarlo, ha sido gracias a todos los que hemos trabajado y actuado con buen empeño y buena voluntad, aunque fuera con ideas políticas distintas a lo largo de nuestras vidas, era una tendencia bastante generalizada a mirar todos los grandes asuntos detenidamente, incluso con ojo crítico. Así la veía yo. Pero en esto también ha habido cambios en este lustro. Un tiempo distinto a causa de la aparición de una pregunta, necesaria o injustificada según se mire, pero claramente turbadora.
         Plantearle a una sociedad que diga simplemente SÍ o NO a un asunto que toca los cimientos del lugar donde has nacido o en el que te has integrado para construir tu vida, no es simplemente una votación sobre un problema social concreto. Es otra cosa. Es proponer un experimento lleno de interrogantes y, en este caso, casi sin información de lo que supondría. Para bastantes catalanes, todo es mejor que vivir en España. Para algunos de ellos, incluso esta falta de certezas puede resultar emocionante, épica si se prefiere decir así. Pero todo indica que somos muchísimos los catalanes que quisiéramos insistir en una reforma política antes que vernos en fila irremediablemente para hacer puenting con nuestro futuro.
         Y plantearle a una sociedad que diga simplemente SÍ o NO a un asunto que toca los cimientos de la casa colectiva es repartir a la gente en dos bandos opuestos. Los matices o las posibles coincidencias parciales entre unos y otros no interesan.
Estoy intentando decir, no sé si con suficiente claridad, desde hace bastantes líneas, que la semilla de la discordia forma parte de este tiempo histórico en Cataluña. Crece y crecerá más, aunque casi todos, en el día a día, estemos bastante ocupados en nuestros asuntos de trabajo, de familia, de salud. Unos perciben, y mucho, los resultados de esta siembra de incomunicación y distanciamiento. Otros, no tanto. En unas semanas creo que casi nadie podrá decir que no se había dado cuenta.  


         Definitivamente esta tierra no es ahora tu tierra y mi tierra como siempre solía serlo. Las declaraciones y las actuaciones de los líderes se llevan toda la atención, y en esto creo que nos estamos equivocando. Es más que eso. La gestación de los hechos históricos también contiene hora a hora la vida de toda la gente sin titulares. La intrahistoria se la ha llamado. Y el alejamiento y los desacuerdos van impregnando el aire de estos tiempos nuestros. Se hace más difícil respirar en la vida colectiva en Cataluña. Me temo que no le estamos dando la importancia que se merece.
Dijo el filósofo que el mundo lo dirigen “pensamientos que caminan con pies de paloma”. Y uno reescribiría ahora la frase de Nietzsche diciendo: y sentimientos que se agitan en las oscuridades de todas las almas.
         No sé cómo pero de alguna manera tendremos que volver a intentar entendernos un día.
                                             --------------------

         Nota final.- Concluí este artículo, y lo dejé reposar, antes del trágico 17 de agosto en Barcelona. Ciertamente es necesario alzar la voz cuando una sociedad es agredida, y de forma tan salvaje. Pero como dijo el salmista hay un tiempo para cada cosa. Y también era un momento para enmudecer, como mucha gente hizo, en sus casas, en los rincones del recuerdo de las Ramblas…Creo que hubiera ido bien callar un poco más, si queríamos, al juntarnos en multitud, acercarnos a los muertos y a sus familias.
         Pero así es esta tierra hoy.
         Y ahora yo también he de callar.